El lunes despertamos con la muy lamentable noticia del fallecimiento del Papa Francisco, líder de la Iglesia Católica desde marzo de 2013. Su partida no solo marca el fin de un pontificado, sino también el cierre de una era donde la coherencia se convirtió en el sello de una imagen pública auténtica, sólida y profundamente humana.
¿Por qué su imagen pública será perdurable en el tiempo?
En términos de imagen pública, esta se entiende como la percepción compartida que una persona genera en la mente colectiva, como resultado de su comunicación, comportamiento y contexto. El Papa Francisco construyó una imagen poderosa no desde el púlpito de la autoridad, sino desde la congruencia: entre lo que pensaba, decía y hacía.
Su coherencia fue su mayor herramienta de liderazgo. Se manifestó en su estilo de vida austero, en su lenguaje sencillo y empático, y en su apertura con quienes históricamente habían sido excluidos. Su mensaje fue claro y profundamente humano: “¿Quién soy yo para juzgar?”, dijo al referirse a la comunidad LGBT, rompiendo barreras desde el amor y la compasión.
El Papa Francisco transformó la Iglesia desde dentro. Abrió sus puertas a todos y a todas, dio pasos firmes hacia una mayor participación de las mujeres en puestos de liderazgo en el Vaticano, y abordó con valentía los grandes desafíos de nuestro tiempo: el cambio climático, la guerra, la migración forzada y la lucha contra los abusos en la Iglesia.
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por encerrarse”, dijo, dejando claro que el compromiso social era innegociable.
En plena pandemia, su figura se volvió símbolo de consuelo espiritual. Aquella imagen suya, solo en la Plaza de San Pedro, orando bajo la lluvia por un mundo paralizado, quedará para siempre grabada en la memoria colectiva. En sus palabras de aquel momento: “Nadie se salva solo”, nos recordó que solo desde la solidaridad podemos salir adelante.
Francisco nos deja un legado imborrable: el de un líder que predicó con el ejemplo, que nunca necesitó ostentación para demostrar su grandeza. Rechazó los privilegios que lo alejaban del pueblo y eligió la cercanía, la humildad y el servicio como sus distintivos. “El verdadero poder es el servicio”, afirmó, y lo vivió hasta su último día.
En un mundo donde la coherencia escasea, el Papa Francisco nos enseñó que esta virtud es la base de cualquier liderazgo auténtico. Su legado no solo es de amor, sino de una enseñanza invaluable: ser fiel a los principios, vivirlos y hacerlos vida pública.
Gracias, querido Papa Francisco, por tu testimonio, por tu firmeza al defender a los más vulnerables y por enseñarnos que el verdadero poder está en la congruencia. Ojalá tu paso inspire a los líderes de hoy y del mañana a tener el valor de actuar con el corazón, con la conciencia, y siempre con la mirada puesta en el bien común.
Sin duda, te vamos a extrañar.
Pablo Canaán Mora – Consultor en Imagen Pública