CIUDAD DEL VATICANO (AP) — La multitud de dolientes que hacían fila para ver al papa Francisco en un simple ataúd de madera dentro de la basílica de San Pedro era tal que el Vaticano mantuvo las puertas abiertas toda la noche debido a una afluencia mayor de la esperada. El templo cerró apenas una hora a primera hora de la mañana del jueves para la limpieza.
La basílica está envuelta en un silencio sepulcral mientras fieles afligidos de todo el mundo avanzan en una lenta procesión por el pasillo central para dar su último adiós a Francisco, quien murió el lunes tras un derrame cerebral.
Las horas pasadas en la fila que recorre la majestuosa Vía de la Conciliación, cruza la Plaza de San Pedro y entra a la basílica por la Puerta Santa, han permitido a los dolientes encontrar una sensación de comunidad en torno al legado de inclusión y la humildad del pontífice argentino.
Emiliano Fernández, un católico mexicano, estaba en la fila alrededor de la medianoche y, dos horas después, no había llegado aún a la basílica.
“No me importa cuánto tiempo tenga que esperar aquí. Es la oportunidad de (mostrar) cuánto admiré a Francisco en vida”, señaló Fernández, cuya admiración por el religioso creció durante la visita papal a México en 2016. “Creo que por el respeto que le tengo y la gran persona que fue, vale la pena la espera”.
Las últimas cifras publicadas por el Vaticano indicaron que más de 50.000 personas habían presentado sus respetos durante las primeras 12 horas del velatorio público, que comenzó a las 11 de la mañana del miércoles. La basílica cerró solo durante una hora el jueves por la mañana, de las 6 a las 7 de la mañana, la hora prevista para la apertura.
Entre los dolientes del primer día había un grupo de adolescentes de 14 años de una parroquia próxima a Milán que llegaron para la ahora suspendida canonización del primer santo millennial, así como una mujer que rezó al papa por el éxito de una operación y una familia italiana que llevó a sus pequeños hijos a ver el cuerpo de Francisco.
“Vinimos porque no los trajimos cuando estaba vivo, así que pensamos que podíamos traerlos para el último adiós", contó Rosa Scorpati a la salida de la basílica el miércoles, con sus tres hijos en cochecitos. “Se han portado bien, pero no creo que lo hayan entendido realmente porque aún no han tenido que lidiar con la muerte”.
Como muchos otros, la familia Scorpati, natural de Calabria, estaba en Roma de vacaciones de Semana Santa cuando se enteraron de la noticia de la muerte de Francisco el lunes de Pascua.
Por devoción al papa y a su mensaje de inclusión, los afligidos fieles se sumaron a la procesión de dolientes que serpenteaba desde la Plaza de San Pedro a través de la Puerta Santa de la basílica, donde los arrepentidos obtuvieron una indulgencia, una forma de expiación concedida durante el Año Santo Jubilar. Desde allí, la fila se extendía por el pasillo central del templo hasta el sencillo ataúd de madera del religioso.
A última hora de la tarde del miércoles, la espera parecía ser de tres o cuatro horas e iba en aumento. Una persona encargada de controlar a la multitud estimó que la espera estaba más cerca de cinco horas. Los dolientes se extendían por el centro de la Vía de la Conciliación, por un carril reservado para los peregrinos del Jubileo.
Después de tres días de capilla ardiente, el sábado se celebrará una misa fúnebre en la Plaza de San Pedro a la que asistirán jefes de Estado. El papa será enterrado en un nicho dentro de la basílica de Santa María la Mayor, cerca de su imagen favorita de la Madonna.
La muerte de Francisco, de 88 años, culminó un pontificado de 12 años caracterizado por su preocupación por los pobres y su mensaje de inclusión, pero también fue criticado por algunos conservadores que se sentían alienados por su postura progresista.
Una procesión de sacerdotes, obispos y cardenales acompañó el miércoles al cuerpo del pontífice en su viaje desde una capilla privada dentro del Vaticano hasta la Plaza de San Pedro. La pompa del acto contrastaba con las interacciones humanas de quienes asistieron al velatorio público.
Francisco yace en un ataúd abierto, colocado sobre una pequeña rampa mirando hacia los dolientes, con cuatro miembros de la Guardia Suiza haciendo guardia. A medida que la multitud llegaba al ataúd, muchos levantaban sus celulares para tomar una foto.
Una monja que acompañaba a una anciana con un bastón se alejó sollozando. “Mi papa se ha ido”, dijo.
Esa muestra de desolación era inusual. El ambiente era más de gratitud por un pontífice que, con su ejemplo, enseñó a muchos a abrir sus mentes.
“Soy muy devota del papa”, afirmó Ivenes Bianco, que viajó a Roma desde la ciudad italiana de Brindisi para una operación. “Fue importante para mí porque unió a mucha gente al fomentar la convivencia”. Además, recordó la aceptación del religioso argentino hacia la comunidad gay y su insistencia en ayudar a los pobres.
Humbeline Coroy llegó a Roma desde Perpignan, en Francia, para la canonización de Carlo Acutis, de 15 años, que estaba prevista para el domingo pero fue suspendida tras la muerte del papa. Se quedó para rendir homenaje a Francisco y disfrutó charlando con los dolientes japoneses que conoció mientras esperaban bajo el sol en la Plaza de San Pedro.
“Para mí, es muchas cosas. En mi trabajo, trabajo con niños discapacitados, y viajé a Madagascar para trabajar con personas pobres. Estar aquí, y cerca del papa, es una forma de integrar estas experiencias y hacerlas concretas”, señaló Coroy, quien también rezó por su padre enfermo de cáncer.
Para Alessandra Nardi, la muerte del papa le evocó la de su querido tío Luigi tres años atrás, quien solía llamarla desde la Plaza de San Pedro cuando iba a ver a Francisco oficiar misa. “Me dejaba escuchar las campanas. Era algo hermoso”.
El colombiano Riccardo Ojedea señaló que su experiencia en la fila de la capilla ardiente durante dos horas le mostró cuánto “ama la humanidad al papa”.
“Dejó un legado muy importante para todos, para hacer de este mundo un lugar más feliz”, manifestó.
Con información de proceso.com.mx