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¿Tiene algún sentido cambiarle el nombre al Golfo de México?

En el Génesis, Dios aparece como creador: crea la luz y el cielo; la tierra y los mares; los astros y las hierbas y árboles; las aves, los animales de la tierra y los peces; y, finalmente, al hombre y a la mujer.

Pero Dios no solo crea: también pone nombres, porque denominar es una forma de poseer. Después de crear, Dios da nombre, apareciendo así los primeros topónimos: Edén, Pisón, Javilá, Guijón, Kus,Tigris, Asur y Eúfrates. La toponimia fue misión divina antes que humana.

Desde este origen mítico, el ser humano da nombre a lo que descubre y a aquello de lo que toma posesión. Quizás por eso, por ser otro dislate expansionista, Hillary Clinton se reía a las espaldas (literalmente) del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuando aseguró que cambiaría golfo de México por golfo de América.

Las retoponimizaciones

En el ámbito de la toponomástica, disciplina dedicada al estudio de los nombres de lugar, conocemos casos de cambios de nombres. Algunos de ellos, extranjeros, han sido modificados en español para ser más fieles al nombre autóctono: pocos saben que los pelos turcos más famosos fueron, antes de los implantes, los de los conejos y los gatos de Angora, como se conocía en español la capital de Turquía, Ankara, hasta los años veinte.

Las retoponimizaciones, como se conocen estas modificaciones, no son extrañas. De hecho, son bastante frecuentes, especialmente motivadas por circunstancias históricas, como las que se reflejan en el callejero de los pueblos y ciudades. A nadie se le escapa que estos nombres cambian según los avatares históricos.

Pero la retoponimización no es algo nuevo y no solo afecta a las calles: en el siglo XIII, en Andalucía, se produjeron intentos (en muchos casos quedaron en meros intentos) de cambiar los nombres árabes por otros castellanos, como se refleja en las donaciones de los repartimientos. La mayoría eran alquerías, aldeas y tierras conquistadas que fueron repartidas a los nuevos pobladores. Sin embargo, las repoblaciones del siglo XIII no siempre fueron exitosas y, por ende, los nuevos nombres quedaron olvidados con frecuencia.

Algunos cambios de la toponimia hispánica quedan documentados en el delicioso Atlas toponímico de España (2007), de Jairo Javier García Sánchez.

Así, en la toponimia de España conocemos modificaciones como el Vellacos que pasó en el siglo XV a Flores de Ávila, nombre más amigable y complaciente, especialmente para sus habitantes. En Salamanca, Muelas pasó a Florida de Liébana, y Pocilgas a Buenavista. El madrileño Miraflores de la Sierra se impuso en 1627 a Porquerizas. Y más necesario, por los mismos motivos, fue el cambio del granadino Asquerosa, convertido en 1941 a Valderrubio. En 1998 Benalup, en la provincia de Cádiz, recuperó su nombre, sustituyendo al topónimo Casas Viejas, de infeliz memoria por la matanza de 1933.

En las marismas de Sevilla Queipo de Llano promovió la consolidación de núcleos poblacionales: surgió así la localidad de Villafranco del Guadalquivir, en honor al dictador. El Decreto 402/2000 aprobó el cambio a Isla Mayor.

El afán retoponimizador de Trump

Trump ha inaugurado su nuevo mandato con algunas veleidades. Una es retoponimizar el golfo de México, que pasará a denominarse golfo de América. El presidente desconoce algunos aspectos interesantes.

El primer dato ignorado es que la sinécdoque en toponimia lleva a la inexactitud y a la confusión: América es un continente; su país se denomina Estados Unidos de América. Por tanto, su America first! (¡América primero!) resulta, en rigor, equívoco y desacertado (supongo que no incluye en su lema a los mexicanos o guatemaltecos).

El Diccionario de la lengua española recomienda estadounidense para el “natural de los Estados Unidos de América”, en lugar de americano, que es el habitante del continente, desde el Cabo de Hornos a Murchison. Por ello, me atrevo a recomendarle, si persiste su afán chovinista, que sustituya el nombre del golfo por el de golfo de Estados Unidos. Al menos sería más preciso.

La ignorancia trumpista desconoce la documentación histórica. Desde fechas muy tempranas esta zona recibe un nombre referente a Nueva España o a México. En la Descripción de las Indias Occidentales, de Antonio de Herrera y Tordesillas (1601), aparece la denominación golfo de Nueva España, y golfo Mexicano en la Breve descripción del mundo, de Fernández de Medrano (1686). Incluso seno mexicano, en El Marañón y Amazonas, de Manuel Rodríguez (1684). El Diccionario de la lengua española recoge “golfo” como sinónimo afín de “seno”.

El documento más antiguo que alude a este nombre es la anónima Traducción de la Cosmografía de Pedro Apiano (1548 y 1575): “a quien unos llaman golfo Mexicano, otros Florido, y otros de Cortés”. El señor presidente podría haber elegido golfo Florido, que al menos tiene empaque histórico.

¿Puede Trump cambiar un topónimo internacional?

Quizás Trump ignora que estos topónimos, que afectan a la navegación, requieren el consenso necesario para evitar equívocos en las cartas náuticas, y necesitan la aquiescencia de instituciones internacionales como la Organización Hidrográfica Internacional y el Grupo de Expertos en Nombres Geográficos de Naciones Unidas. Aunque también esta retoponimización puede ser excusa para descolgarse de estos organismos.

Trump podrá cambiar el topónimo del mismo modo que se cambia la antroponimia: mi familia y mis amigos me llaman Fran, pero en el registro civil mis padres me inscribieron oficialmente como Francisco de Asís. En Estados Unidos, con Trump, podrá llamarse como quieran. Internacionalmente y por acuerdo será golfo de México.

Con información de El Economista.

Tips al momento

Avanza el gusano barrenador del ganado

De llamar la atención el primer caso de gusano barrenador del ganado en humanos. Este fue detectado en una mujer, mayor de edad, residente el municipio de Acacoyagua, en el estado de Chiapas.

Luego que fuera alertada la presencia de ganado del gusano barrenador del ganado, el pasado 21 de noviembre de 2024, en un lote de ganado introducido de contrabando; ahora, se conoce la primera afectación a una persona, por parte de esta mosca que deposita sus huevecillos en heridas y cuyas posteriores larvas devoran el tejido vivo.

Incluso, hay información que habla de que habría hasta ocho personas afectadas por esta plaga, en siete estados de nuestro país, así que lo anterior pone en evidencia, la gravedad de su presencia , luego de que fue introducida desde Guatemala, por la falta de controles sanitarios y legales adecuados en la frontera Sur de nuestro país.

También, lo anterior muestra que la plaga se está expandiendo, pese a la campaña en su contra con mosca esterilizada, lo que al parecer no es suficiente dada su presencia en varias entidades del país como son Chiapas, Tabasco y Campeche, en donde ya se han tenido reportes de casos.

Hay quienes dicen que, si esto sucede ya con humanos, habrá que imaginar lo que ocurre, por ejemplo, con la fauna, que no está exenta del ataque de esta plaga, especies a las que no hay manera de atender como es el caso del ganado u otros animales domésticos.

Así, esta plaga se está expandiendo y que,  pese a no estar presente en el norte del país, ya causó grandes pérdidas económicas a los ganaderos exportadores de becerro en pie, como es Chihuahua, que por la detección de esta mosca en Chiapas, Estados Unidos cerró su frontera a la comercialización de ganado por casi tres meses. Comentan que, urgen mayores medidas de control, como puede ser entre otras, el cierre de la frontera Sur, algo que han pedido de manera insistente los productores pecuarios.

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