Nací arrojada a una cultura que me impuso tendencias morales, expectativas sociales, familiares, y más. Desde muy pequeña me indicaron qué creer, lo correcto y lo mal visto. A nivel inconsciente, no elegí ni el más insignificante de los acuerdos a los que accedí. Mi mente funciona como una computadora que puede ser fácilmente programada con conversaciones que hoy conforman no solo mi vida, sino también el impacto en mi estado emocional.
He almacenado en mi base de datos interna una forma de vivir, de pensar y de sentir, todo por acuerdos infantiles. Miguel Ruiz describe este proceso como “la domesticación de los seres humanos”.
A través de esta domesticación, aprendí a estar en el mundo… me llené de infinitos conceptos como la idea de ser “mujer” y de lo que significa ser “hombre”. O “buena mamá”, “exitoso”, “iluminado”, “buena pareja”, “buena persona”... todo a partir de la comparación con conceptos mentales. Con esto, aprendí a juzgar: a mí misma, a otras personas, a mis amigos, familia y, por supuesto, a extraños.
Este mar de juicios alterados me aleja de mi autenticidad. Me convierte en una copia aparente de las expectativas de mi entorno, inundada por creencias culturales. En el proceso de domesticación, me alejé de mi verdadero ser.
La domesticación es tan poderosa que, en determinado momento de mi vida, ya no necesité que nadie me domestique. No requerí de mamá o papá, la escuela o la iglesia. Estaba tan bien entrenada que me convertí en mi propio domador. Soy un animal auto domesticado.
Como dice Miguel Ruiz, “Ahora, me someto a mí misma según las creencias que me transmitieron, y utilizo el sistema de castigo y recompensa sostenido por el ego. Me baño en culpas a mí misma cuando no sigo las reglas de mi sistema de creencias.”
Aunque nuestras creencias y juicios nos causen sufrimiento, muchos pasamos la vida sin cuestionarlos, reafirmando día a día la desolación que causan y la inseguridad a la que nos invitan a vivir.
Por este motivo, se requiere valentía y voluntad para indagar y transformar lo adquirido a nivel cultural. Aunque sepa que no elegí mucho de lo que llevo dentro, también es cierto que lo fui aceptando a nivel inconsciente.
El acuerdo es tan fuerte, que incluso cuando sé que el concepto es erróneo, siento culpa, reproche y la vergüenza que aparece cuando actúo en contra de esas reglas. De alguna manera siento que traiciono lo correcto, la fidelidad familiar y social a la que pertenezco.
Es por ello que quiero recordarte que no estas en el mundo para complacer las expectativas de los demás, sino para respetar tus sueños. Es necesario poder escucharte más allá de las voces sociales para encauzar tu destino. Heidegger dice que la labor como seres humanos es conectar con nuestra autenticidad y vivir en sintonía con ella, si no, vivimos una vida por default, dormidos.
Hay que auto observarte, tomar conciencia de estas conversaciones, y liberarte de ataduras emocionales que tienen que ver con la deuda y la culpabilidad. A veces, es la oveja negra la que marca el camino que nos permite a muchos en el clan romper esas cadenas emocionales.
Al eliminar la programación, permites que tu salud emocional y la libertad para vivir tus sueños pendientes. Es un proceso que todos debemos pasar, ya que si no, nuestra vida queda suspendida en una inmadurez en todos sentidos.
Con cariño
Érika Rosas