En el debate sobre el marcaje del género femenino en el lenguaje, se suelen esgrimir enredados argumentos relacionados con el origen de los conceptos y la etimología que muchas veces ni sus defensores entienden plenamente. Estos discursos, cargados de tecnicismos y academicismos, pasan por alto lo verdaderamente importante: la reivindicación de los logros profesionales de las mujeres y el pleno reconocimiento de su ejercicio en el poder. Estas reivindicaciones comienzan, sin duda, por la visibilización a través del lenguaje.
El conjunto de paradigmas medievales, como la corrección estricta del muy popular uso del “fuistes” y otras formas coloquiales de expresión, es visto como la gramática (la serie de reglas) más importante de la galaxia. Desde luego, se trata de una postura política relacionada con el uso del privilegio de la escolarización, académicamente válida, pero que ignora las violencias sistémicas que implica su rigidez. Violencias que, a lo largo de los siglos, han minado autoestimas y la autopercepción del lugar que ocupan en el mundo, yo diría, millones de personas a las que no les alcanzaron las oportunidades de recibir instrucción académica y, en consecuencia, les fueron canceladas un montón de oportunidades, libertades y derechos más como “castigo” a esa falta de oportunidades, desconociéndoles su cosmovisión, sus saberes y su valía, llamándoles “flojos”, “ignorantes” o cosas peores por no encajar en el modelo académico eurocentrista, condenándolos y condenándolas a la marginación y sufrimientos generacionales muy profundos, aunque invisibles por su normalización.
Lo mismo sucede con la masculinización de las lenguas que hacen funcional el mundo y otorgan poder y existencia únicamente al género masculino, relegando lo femenino a la marginación, la obediencia y el olvido. Tanto es así, que cuando una mujer asciende a una posición de poder, la incapacidad de asociar lo femenino con el poder lleva a referirse a ella como si se hubiera convertido en un hombre: "la presidente", "la comandante". Con excepción de los títulos de servicio y obediencia o las profesiones menos valoradas mercantilmente, que sí son fácilmente asociados a las mujeres en el imaginario masculino: "la sirvienta", "la policía" (de a pie), o "la poeta".
Un ejemplo reciente de este afán denigrante utilizado por el conservadurismo más rancio para afirmar su postura en el lenguaje ocurrió recientemente en Chihuahua, cuando el diputado local panista Alfredo Chávez descalificó a la virtual presidenta electa de México, Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, ignorando su grado académico y su prominente carrera política. A pesar de que Sheinbaum ha sido la presidenta más votada de la historia y de que Chávez no tiene ningún logro o desempeño profesional o político relevante, el legislador se refirió a ella despectivamente: "a trabajar sin pretextos, señora Sheinbaum". Este comentario no solo muestra una falta de respeto personal, sino también una desvalorización sistemática de los logros profesionales de las mujeres en la esfera pública.
Es por ello por lo que la discusión sobre el marcaje del género femenino en el lenguaje es crucial en nuestro tiempo y en nuestro país. Desde luego, del lado de la inclusión, se podrían esgrimir argumentos gramaticales como el hecho de que no existe una regla que exija la neutralidad de las palabras por terminar en E; este paradigma está sujeto a la consolidación y a la necesidad social. Necesidad como los marcajes que enarbolan reivindicaciones de género, por ejemplo. O que, según el Diccionario panhispánico de dudas de la RAE, aunque "comandanta" no es un uso común, no se considera incorrecto, o bien, que "presidenta" sí está contemplado por la RAE. Pero mantenerse en la discusión gramatical academicista deja fuera del debate los argumentos más valiosos por las implicaciones en la dignidad y plenitud del sector poblacional que representamos poco más de la mitad de la población mexicana, los argumentos políticos, sociológicos, históricos y humanistas: la desvalorización de las mujeres en el sistema socioeconómico a lo largo de la historia. La insistencia en que ciertos usos lingüísticos, como la terminación en E, son neutros, está muy lejos de acercarse a la raíz del problema: la desigualdad sistémica que desvaloriza a las mujeres.
A usted puede parecerle inadecuado, puede incluso molestarle, sin embargo, por justicia social, que no por gramática, se dice y se escribe formalmente:
Presidenta y Comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos Mexicanos.
Katya Galán