Una mala señal

A lo largo de casi quince años, he bromeado con frecuencia sobre los millones de televidentes que prenden La Hora de Opinar los lunes, en sitios tan lejanos y dispares como Uzbekistán y las Islas Fiji. A partir de hoy (ayer) en la noche, dichos espectadores se quedarán con las ganas de seguirnos, a Aguilar Camín y a mí. A principios de mes, nos informó Leo Zuckermann, nuestro conductor, que se había tomado la decisión de poner fin a nuestra participación. Junto con Denise Dresser, Luis de la Calle, Pablo Majluf y Paula Sofía Vázquez, fuimos despedidos. Ya no apareceremos en la barra de las 22:30, hora del centro, ni en Nmas.com. Con un poco de hybris, se anuncia que continuarán los debates “inteligentes y civilizados”. Veremos.

Agradezco a Televisa el privilegio de haber participado en más de setecientos programas. En todo ese tiempo, los mínimos incidentes de censura se refirieron a temas sin mayor importancia. Se respetó, en mi caso y creo que en el de mis colegas de los lunes, la libertad de expresión. No es poca cosa.

Las explicaciones que recibí de parte de Leo Zuckermann se centran en su deseo de “renovar el cuadro”; sin duda por eso se anuncia el regreso de una programación “renovada”. Aguilar Camín y yo éramos demasiado “veteranos”, tanto en longevidad al aire, como en edad. Pero ya que Leo verbalizó las razones de nuestro destierro, confieso que más allá de mi vanidad —nunca ausente— la argumentación me pareció un poco simple, tratándose de una relación —con Televisa— que se remonta a los años noventa del siglo pasado. La excesiva “antigüedad” puede ser un principio válido en abstracto, pero en estas circunstancias no pasa la prueba del añejo.

La explicación resulta insostenible frente a una serie de hechos. ¿Veteranos en La Hora de Opinar, Aguilar Camín y yo? Muy posiblemente, pero ni un día más ni un día menos que el propio Leo o Javier Tello, con quien arrancamos el programa en 2009, y que seguirán, para fortuna de ellos, indefinidamente. ¿Veteranos de edad, Aguilar Camín y yo? Sin duda, pero además de especular sobre lo que diría el Conapred al respecto, los hechos nuevamente desmienten a los autores de la explicación. Los demás despedidos —Dresser, De la Calle, Majluf y Vázquez— tienen entre diez y treinta años menos que yo. Desconozco los motivos de su separación, pero dudo que la edad pueda ser una de ellas, ya que varios de los otros cesados son menores que los sobrevivientes.

De la misma manera que Televisa no ofreció mayores explicaciones cuando me invitó, no tiene por qué darlas ahora que me corre: una empresa privada puede contratar o despedir a quien quiera. Abundan las opiniones sobre lo que es censura, y lo que no lo es. Bajo el régimen cada vez más autoritario que padecemos, múltiples ejemplos —incluyendo el mío en la radio y la prensa— se pueden interpretar de una manera u otra. En este caso, algunos considerarán que se trata de una simple casualidad que todos los despedidos resultan ser, en una medida u otra, críticos del gobierno. Otros pensarán que constituye una mera coincidencia que la purga se produzca semanas antes del cambio de gobierno, y en pleno conflicto público entre López Obrador y Televisa.

Yo considero que el despido simultáneo de seis colaboradores críticos del gobierno en La Hora de Opinar constituye un acto de censura, una cortapisa a la libertad de expresión, y un indicio ominoso de lo que viene. No tengo cómo saber si fue por iniciativa de Televisa, de Leo, o a pedido del poder. Da más o menos lo mismo. Ante lo que viene, es una señal. Una mala señal.

Jorge G. Castañeda
Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003, y profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York.

Por: Redacción2
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