Desde que nacemos, nos sumergimos en un mundo lleno de conceptos, ideas, creencias, valores morales y expectativas tanto familiares como sociales. Nos enseñan a entender el mundo a través de los ojos de los demás, y poco a poco vamos aceptando lo que debemos creer o rechazar.
De niños, rara vez elegimos conscientemente los acuerdos a los que accedemos. Crecemos con frases y creencias como “debes hacer las cosas bien para ser amado/a”, “equivocarse está mal”, “pensar en ti mismo es egoísta” o “tu valor depende de tus logros”. Estas ideas conforman nuestra vida y nuestro estado emocional, arraigándose profundamente hasta en nuestros hábitos más cotidianos.
Estos acuerdos inconscientes no solo moldean la forma en que nos relacionamos con los demás, sino también con nosotros mismos. Muchos de nosotros llevamos una vida basada en estos acuerdos, que en la mayoría de los casos, nos alejan de alcanzar nuestro mayor potencial y de vivir de manera auténtica.
Para ilustrar esta realidad, me gusta citar a Miguel Ruiz, quien describe este proceso como "la domesticación de los seres humanos". Según él, la domesticación comienza cuando, desde pequeños, absorbemos el “sueño externo” del mundo que nos rodea y lo transformamos en nuestro “sueño interno”, creando así todo nuestro sistema de creencias.
Ruiz explica que, a través de la domesticación, aprendemos no solo cómo ser seres humanos, sino también a juzgar: nos juzgamos a nosotros mismos y a los demás. Al igual que domesticamos a un animal con recompensas y castigos, lo hacemos con los niños. Nos decían “eres bueno” cuando hacíamos lo que nuestros padres querían, y “eres malo” cuando no lo hacíamos. Poco a poco, nos alejamos de nuestra autenticidad, convirtiéndonos en una copia de las creencias de nuestros padres, la sociedad o la religión.
Este proceso es tan profundo que, eventualmente, ya no necesitamos que nadie nos domestique. Nos convertimos en nuestros propios domadores, auto castigándonos cuando no seguimos las reglas del sistema de creencias que nos han sido inculcadas.
Reconocer este proceso fue crucial en mi vida. Durante años, muchas de las creencias que adopté me causaron sufrimiento, pero no las cuestionaba. Reafirmaba mis miedos e inseguridades, manteniéndome atrapada en un ciclo de pensamientos automáticos. Aunque sabía que muchos de estos acuerdos no eran míos, sentía culpa al actuar en contra de esas “reglas” porque me parecía que traicionaba la fidelidad familiar o social que se esperaba de mí.
Salir de este ciclo requiere valentía y voluntad. Es necesario cuestionar lo que hemos adquirido culturalmente y, aunque no hayamos elegido conscientemente muchas de nuestras creencias, debemos recordar que en algún momento las aceptamos. Para liberarnos, debemos soltar al juez interior, cuestionar lo que creemos y dejar ir la necesidad de victimizarnos.
Despertar es liberarse. Despertar es vivir desde el amor, con una mente abierta y consciente. Solo cuando nos atrevemos a cuestionar nuestras creencias más profundas, somos capaces de vivir auténticamente, libres de las cadenas invisibles de la domesticación.
Erika Rosas