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El “Mayo” Zambada sobre la crisis de violencia en México: “Eso pasa porque la autoridad no hace su trabajo”

 

El 7 de julio de 2024 Ismael el "Mayo" Zambada conversó con Proceso. Contó episodios de su vida, abrió lugares donde se refugió por más de 40 años y habló de su respaldo a las decisiones de AMLO, del acuerdo de su hijo con EU y de los responsables de la violencia en el país.

A Ismael el Mayo Zambada nunca le gustó vivir en la ciudad. Ni siquiera Culiacán. La evitaba; por seguridad y por el mero placer de hacer su vida en torno al monte. Amo y señor, iba de un rancho a otro, de una finca a una casa u otra. Vastos sus dominios.

Vivió así durante más de 40 años. Siempre en su espacio, pero precavido, sin querer llamar la atención. A ratos, huyendo de cacerías que se desataron en casos muy precisos, como en 1985, cuando fue asesinado el agente de la DEA Enrique Camarena. O el 1 de julio de 2012, cuando Enrique Peña Nieto ganó las elecciones presidenciales.

Esa noche un operativo fallido del Ejército, uno más, le permitió internarse en los vericuetos del Triángulo Dorado.

Vivió alerta en todo momento porque también había que cuidarse de otras organizaciones, como la de los hermanos Arellano Félix; en particular de Benjamín, quien en una ocasión mandó a un francotirador a matarlo, en plena sierra.

También de los hermanos Beltrán Leyva, durante la peor pugna intestina del Cártel de Sinaloa (en 2008) hasta antes de la que ahora tiene a la entidad en virtual estado de guerra, entre mayos y chapos, con el gobernador Rubén Rocha Moya, señalado por el propio Zambada, como catalizador.

Muy pocas veces salía de sus terrenos. A sus familiares y socios en el narcotráfico les aconsejaba que se alejaran de las ciudades. “Son una trampa, dan mucha exposición”, les decía. Los vio caer a unos y a otros mientras él vivía al pie de la sierra.

El ejido El Álamo, al sur de Culiacán, donde según él mismo nació el 31 de enero de 1950, se convirtió en su feudo, donde era respetado y protegido. Con el tiempo terminó haciendo a su gusto el pequeño pueblo del que algún tiempo fue comisario municipal.

Ahí, desde muy joven, empezó a dedicarse a traficar mariguana a Estados Unidos, donde después operó algunos años. Regresó a Sinaloa para trabajar con su compadre Amado Carrillo, el Señor de los Cielos.

Con sus contemporáneos en el narcotráfico muertos o presos, a sus 74 años aún se dedicaba a “vender un kilo o diez de cocaína, cada que podía” en Estados Unidos. “Nada de fentanilo”, decía enfático. Traficar droga definió su vida. “El narcotráfico es una actividad que nunca va a terminar. Es un negocio en el que muchos están interesados”.

La de 2012 fue la última ocasión en que tuvo que huir a la montaña. Ni el gobierno de Peña Nieto y mucho menos el de Andrés Manuel López Obrador emprendieron alguna acción que lo obligara a internarse en las montañas para ponerse a resguardo. Sin embargo, no podía bajar la guardia y se movía con un aparato de seguridad compacto.

Sin acciones policiales o militares detrás de él, favorecido por la política de López Obrador expresada en “los abrazos y no balazos”, su seguridad y las precauciones se estrecharon aún más desde enero de 2024, cuando de una caída en el baño se rompió el fémur de la pierna derecha.

Un mes después se volvió a caer. Se sometió a ocho operaciones en medio año. Muy a su pesar, tuvo que salir a la ciudad, no sólo a Culiacán, también a la capital del país para su atención médica. Esa doble caída retrasó el encuentro que se había pactado con Proceso meses atrás. Ismael el Mayo Zambada nos había buscado a fines de 2023, tal y como lo había hecho en 2010, cuando le propuso un encuentro al fundador de la revista, Julio Scherer García. Esta vez quería conocer a su hija María.

Uno de sus hombres de confianza facilitó el encuentro. Fue nuestro contacto y guía. Un hombre discreto, curtido en el submundo del narcotráfico, pero atento al mundo exterior. De su lealtad no hay duda. En más de una ocasión estuvo dispuesto a perder la libertad para salvar a Zambada, a quien conoce desde el inicio de su vida de narcotraficante. Otros dos hombres del círculo cercano se sumaron a la logística del encuentro.

Nada de casas de seguridad, de ojos vendados ni de largas travesías para perder la orientación. El cambio de autos fue la única medida de seguridad evidente. La decisión liberal del gobierno de López Obrador de evitar la persecución de los narcotraficantes facilitó el desplazamiento por carreteras y montes.

Ningún patrullaje militar, ningún retén policial, ningún seguimiento. Nada que alterara esa mañana de verano que pronto se encaminaba a los 30 grados centígrados. Un hombre conduce a toda prisa una poderosa camioneta S10 Max, Chevrolet. La aguja supera los 130 kilómetros por hora. Los vehículos que alcanza se hacen a un lado para dejarlo pasar.

Nos enfilamos hacia el sur, en dirección a Mazatlán. La indicación fue que nuestro contacto diera aviso cuando llegáramos a cierto punto. Cuando pasamos por el lugar, el hombre recibió una llamada: 'Dice la mamá que ya los está esperando'. El recorrido duró menos de media hora. Llegamos a una población, por donde se adentra hacia la sierra, en dirección a la frontera con Durango.

Pese a lo temprano y a que era domingo, a la entrada del pueblo dos jóvenes que hacían una disimulada guardia se saludaron con el conductor. En unos minutos, la camioneta, cuyo precio sólo cobra sentido en esos caminos serranos, rodeó el pequeño poblado y tomó un camino de tierra hacia la comunidad de El Álamo, en uno de los tantos caminos del Triángulo Dorado, epicentro histórico de la droga en México.

El camino de tierra se volvió empedrado cuando nos aproximamos a la iglesia que domina el panorama de casas bajas. Por fuera luce impecable, con su fachada amarilla, su campanario blanco con remates rosas y el atrio enrejado. Enseguida del templo hay una calle estrecha por donde apenas puede doblar la camioneta. Muy difícil sorprender con un operativo terrestre en esas condiciones.

 

De una casa se abre una larga puerta de madera corrediza. Sale un auto compacto. “Es el Terapias”, dicen el conductor y nuestro contacto.

Adentro activaron el mecanismo eléctrico para cerrar la puerta apenas salió el pequeño auto. Apercibidos de nuestra llegada, la puerta se volvió a abrir. Entramos y se extendió la mirada: una finca con una casa de grandes espacios y patio al frente.

En la cochera, seis vehículos, entre camionetas y autos. Del otro, lado, bajo un cobertizo una decena de hombres listos para lo que se necesite.

La muleta como un rifle

En el patio, en el frente de la casa, está Ismael Zambada García, el Mayo. “Ahí está el señor. Nos está esperando”, dice nuestro acompañante. Está de pie, dispuesto en su papel de anfitrión, flanqueado por dos hombres armados. Uno de ellos, pistola en la cintura, no se le separa mientras nos recibe.

Zambada está irreconocible. Delgado, vestido con un pantalón deportivo gris oscuro, playera blanca tipo polo y tenis negros con ribetes rojos. El cabello, de un negro intenso, ya no alcanza a cubrir las grandes entradas, y el bigote, también de una fijación negra intensa, está cuidadosamente recortado hacia los extremos.

Detrás de él, unas mujeres que nos saludan con curiosidad. Particularmente a María, la hija de Julio Scherer García. Zambada hizo un esfuerzo para mantener la vertical. Le cuesta trabajo caminar. Nos invita a pasar a la cocina, un gran espacio abierto con tres mujeres que preparan machaca, arroz, frijoles y tortillas para el desayuno. Los olores se mezclan.

Ya en la larga mesa, él apura a las mujeres a que sirvan. “Nomás dicen lo que hay, pero no sirven nada”, expresa en tono de broma. Las mujeres se apresuran y en un instante aparecen la nata, queso, requesón, salsas y tortillas de maíz azul recién hechas. “Todo lo producimos aquí, en el rancho”, dice orgulloso mientras las guacamayas cantan y vuelan entre los grandes árboles de la finca.

Lleva meses, lo que va del año, con la pierna derecha lastimada. Una caída en el baño se convirtió en un suplicio. Se rompió el fémur. Una segunda, cuando se recuperaba, lo ha obligado a estar meses en cama, por lo que ha perdido musculatura. Sus brazos acusan la pérdida de peso y el curso implacable del tiempo. Ha pasado por ocho radioterapias, aunque dice que después supo que no eran necesarias.

Lo han operado dos veces.

–¿Qué le pasó? –pregunta María.

–¿Quieren ver? –responde.

La cicatriz, de unos 20 centímetros, atraviesa la rodilla derecha, por lo que ha estado obligado a utilizar una muleta para caminar. La pide y el hombre armado que nunca se separa de él, rápidamente se la lleva. Nos muestra cómo la ha utilizado para apoyarse; pero, sobre todo, cómo no la ha querido usar. Se la carga al hombro, como rifle, y empieza a caminar, pese a los reclamos de quienes lo acompañan.

Después se para sobre la pierna derecha para demostrar que ya puede pisar firme. De nuevo, los reclamos. En todo momento cojea. “Es el dolor por la terapia diaria”, dice uno de los presentes. El Terapias va a atenderlo dos horas por la mañana y dos por la tarde.

 

Por ahí andan diciendo que estoy muy grave. Puro cuento, ¿o no? ¿Cómo me ven? –pregunta, socarrón, queriendo dejar patente que la dificultad para caminar no ha minado ni su ánimo ni su actividad–.

Ese día, mientras duró el encuentro, la muleta no volvió a aparecer. Pero sus desplazamientos fueron lentos, cuidadosos.

Bromeó durante el desayuno, insistente en reivindicar su buena memoria, y en ningún momento de la conversación habló con groserías.

“Tengo 74 años. Nací el 31 de enero de 1950. Así es que me acuerdo de muchas cosas”. Da pinceladas de su vida… Revista Proceso 

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Complicidad de autoridades con el crimen organizado por acción u omisión: Adrián LeBarón

Uno de los panelistas en las mesas técnicas para el análisis del narcoterrorismo, convocadas a iniciativa del diputado Francisco Sánchez y realizada ayer en el Congreso del Estado, fue el activista, Adrián LeBarón, padre y abuelo de cinco de las víctimas, mujeres y niños, de la masacre ocurrida en Bavispe, Sonora, el 4 de noviembre de 2019.

El activista ha solicitado que estos hechos investiguen como terrorismo y feminicidio, no obstante, su exigencia no quedó ahí porque demanda que se proceda, contra el crimen organizado que ha dejado a más de 200 mil víctimas y más de 50 mil desaparecidos, durante el pasado Gobierno Federal, para señalar la corresponsabilidad de autoridades en estos hechos.

Por eso, en ese foro al hablar de responsables no solo se refirió a quien toma un arma y la acciona contra su prójimo, a quien lo ordena y paga por esas atrocidades; pues señaló al presidente, al gobernador, al ministerio público, al diputado y a todos aquellos que están en la procuración de justicia o en la administración de recursos.

Desde esa tribuna el activista, apuntó a la complicidad por acción u omisión, de quienes no realizan su trabajo, convirtiéndose en delincuentes que participan pasivamente en los delitos e institucionalizando así la violencia, la corrupción y el terror.

Ahí, la visión del activista, que pide que a estos actos se les investigue como narcoterrorismo algo que, dicen en las redes sociales, molestó ayer a la presidenta Claudia Sheinbaum, cuando se les se le cuestionó por este enfoque, masacre y dolor de la familia LeBarón y de muchas otras en nuestro país, que también son víctimas de la negligencia y la impunidad.


La expectativa de hoy, en los aranceles

Llegó el primer día de febrero y la expectativa está en los aranceles, que se dijo, impondrá el presidente Donald Trump a México y Canadá e, incluso, a China, según lo confirmó a portavoz de la Casa Blanca.

Mientras ayer en la mañana la presidenta Claudia Sheinbaum, dijo, que se tenía el plan A, B y C por si se define esta situación, por la noche se llevó una reunión de emergencia en Palacio Nacional, ante la eventual la aplicación de esta medida.

Sin que se conozca a detalle, cuáles productos o industrias afectará, solo se habla de la aplicación de aranceles de un 25% a México y Canadá. Así que, entre incertidumbre, llega el plazo fijado y se dice que, una de las industrias que puede ser más afectada sería la automotriz.

Por lo pronto, la atención de los distintos sectores de la economía estará centrada, en lo que se diga desde la Casa Blanca.

Causó extrañeza y otras reacciones, el llamado que hizo el coordinador de los diputados de Morena Ricardo Monreal, quien expresó que no es tiempo de regatear nuestra solidaridad y la unidad nacional, al hacer un llamado a la oposición a reflexionar sobre el momento crucial que se está viviendo; pues vienen horas decisivas para la Nación mexicana, al referirse a los aranceles.

Esto último generó mucha polémica, pues le señalan en redes sociales que, si son mayoría absoluta, para qué hacen un llamado a la unidad, a una oposición a la que consideran moralmente derrotada o disminuida, cuando los aranceles según dicen, es una respuesta a la reticencia del régimen a colaborar, como se ha dicho por el presidente norteamericano, tanto en el combate de los carteles de la droga, así como en el tema de migración. Así el contexto en este día.

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