Para algunos de los seguidores del presidente ecuatoriano Daniel Noboa, odiar a México se ha convertido en una especie de obligación. No es una cuestión que se sienta en las calles de Quito, donde aún nos reciben con agrado, pero la cruzada sin sentido que ha emprendido el inexperto mandatario contra nuestro país ha comenzado a pasarle factura a algunas familias.
“Mi esposo es ecuatoriano y toda su familia es ecuatoriana. Pero toda su familia apoya completamente a Noboa y mi esposo y yo no. Somos parias”, me dijo, por ejemplo, Patty Mejía, sonorense residente en Guayaquil, a quien conocí en medio de al cobertura de las elecciones en las que quedaron empatados el liberal Noboa y la socialista Luisa González.
Al igual que otros compatriotas, Patty se ve ahora obligada a viajar a Colombia o Perú cada vez que quiere realizar un trámite relacionado con México, luego de que se rompieran las relaciones diplomáticas entre nuestros dos países. Aunque insensata quizá no sea la palabra más adecuada para calificar esta disputa de una sola vía. Quizá habría que hablar más bien de un error de cálculo.
Para entender cómo comenzó esta extraña historia que mezcla negocios y (geo)política, hay que remontarse un tiempo atrás.
Bananos y camarones
Pocos lo recuerdan, pero a finales de 2022 quedó en el limbo el acuerdo comercial en ciernes entre México y Ecuador, luego de que el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador rechazara incluir en él al camarón y el plátano, dos de los principales productos de exportación de la nación sudamericana. Una maniobra que no debió agradar en nada a Álvaro Noboa, padre del presidente ecuatoriano y uno de los mayores empresarios bananeros del país, que lo tomó como un agravio.
Unos meses después, su hijo mayor, Daniel Noboa se ganó la lotería al quedar elegido en segunda vuelta como el rival de Luisa González, pupila del expresidente Rafael Correa (2007-2017), uno de los últimos sobrevivientes del moribundo socialismo del siglo XXI, cuya larga sombra aún define las elecciones en este país andino de 18.2 millones de habitantes. Acababa de morir baleado el candidato Fernando Villavicencio y el Ecuador, que multiplicó por seis su tasa de homicidios desde 2015, exigía confrontar con mano dura al crimen organizado.
Con el anticorreismo como bandera, el joven y musculoso Noboa militarizó la guerra contra el narcotráfico y culpó —al igual que sus predecesores— al socialismo de todos los males que aquejan al país. Acusó al expresidente de haber pactado con bandas criminales, de haber sido laxo con los delincuentes y de haber permitido que se generalizara una corrupción que favoreció la impunidad que cobija la violencia, además de sacar a las bases militares estadunidenses del país.
Y allí fue en donde intervino México. Porque resulta que nuestro país se ha vuelto un refugio para el expresidente Correa, condenado por corrupción y exiliado en Bélgica, que lo coge como centro de operaciones cada que hay elecciones en el suyo. Varios de los altos cuadros de la Revolución Ciudadana también migraron al México de la cuarta transformación. Aunque hay que decir que nuestro país de todas maneras siempre ha tenido una larga tradición de recibir a todo tipo de refugiados políticos.
El asalto a la embajada
Eso explica que el 5 de abril de 2024, Noboa autorizó a sus 36 años el asalto a la embajada mexicana en la que se encontraba asilado el exvicepresidente correista Jorge Glas, también acusado de corrupción, contraviniendo la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas y la Convención sobre Asilo Diplomático, que ni siquiera los peores dictadores de la región se atrevieron a desafiar.
Aunque el ataque fue repudiado por prácticamente toda la comunidad internacional, al interior del país fue aplaudida esta mano dura, me explicó Alberto Acosta Burneo, editor de la publicación Análisis Semanal. “Entonces la disputa (...) no es con México propiamente, sino porque el gobierno anterior y el gobierno actual han sido aliados del correísmo”.
“Era lo que había que hacer, no podía dejar que ese corrupto se saliera con la suya”, me dijo a su vez en el centro de Quito un taxista. Aunque no pudo explicar por qué fue condenado Jorge Glas.
El caso es que “generar un conflicto con México (...) era importante en su estrategia política de aglutinar el respaldo del anticorreísmo en torno a él”, añadió el sociólogo David Chávez, que me acordó una larga charla en su cubículo de la Universidad Central.
Luego de eso, el anuncio hecho por Noboa de imponer aranceles del 27% a todos los productos mexicanos mientras no se firmara un tratado de libre comercio pudo leerse como la mezcla de una rencilla personal con oportunismo político.
Pero el asunto no acabó allí.
A lo Trump
Noboa también intentó quedar bien con el recién elegido presidente estadunidense Donald Trump, a cuya investidura fue uno de los pocos dirigentes latinoamericanos invitados, junto con el argentino Javier Milei y el salvadoreño Nayib Bukele. Todos ellos heraldos de la nueva derecha populista, autoritaria y desacomplejada que avanza en el continente.
“Trató de montar un show. Dijo: ah, si Trump puso 25%, yo le pongo el 27%”, me comentó riendo el economista Marcelo Varela por videollamada. O al menos eso dijo, porque a pesar de la respuesta un tanto burlona de la presidenta Claudia Sheinbaum sobre lo ricos que son los camarones sinaloenses en comparación con los ecuatorianos, la medida aún no se ha concretado.
Y es que afectaría sobre todo a Ecuador. En particular al sector farmacéutico, que importa medicamentos mexicanos.
En un continente que oscila constantemente entre extremas izquierdas y derechas, Noboa eligió su bando, pero quizá debió tener en cuenta que Ecuador no es Estados Unidos a la hora de negociar a la fuerza con otros países, revelando toda su inexperiencia en el cargo. E incluso a nivel interno, ese desprecio por las leyes nacionales e internacionales ha comenzado a pasarle factura.
El 70% de popularidad que enarbolaba al momento de lanzar su guerra contra las pandillas en enero de 2024 se tradujo en apenas 44.16% de votos en esta elección, contra 43.99% de Luisa González, a medida que aumentan los homicidios y otros delitos y se contrae la economía, demostrando las limitaciones de un modo militarista de lucha contra las drogas impulsado por Estados Unidos y que lleva 40 años fracasando.
Además, corre el riesgo de limitar aún más la cooperación en una de las pocas áreas en las que sí ha crecido el comercio entre nuestros países en los últimos años: la del narcotráfico.
“Los carteles mexicanos en el Ecuador tienen un rol de financiamiento de las estructuras logísticas que mueven la cocaína al país y también suministran armas largas para las organizaciones criminales locales”, me detalló Renato Rivera, director del Observatorio Ecuatoriano del Crimen Organizado. A la vez que reciben una parte de las toneladas de cocaína colombiana que sacan por el Océano Pacífico las poderosas pandillas venezolanas, con destino a los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación.
Así que en medio de su insensata cruzada emprendida contra México, con el objetivo de granjearse los favores de quienes piden mayor mano dura para combatir al narcotráfico, Noboa podría finalmente seguir empeorando los índices delictivos de un hermoso país que no merece la espiral de violencia en la que se encuentra hundido. Nada nuevo bajo el sol en un continente en el que la política suele primar sobre la razón.
Con información de proceso.com.mx