La Cuaresma es un tiempo particularmente apropiado para la oración, el ayuno, la penitencia y las obras de caridad. Estas prácticas, aunque no son exclusivas de la Cuaresma, sino quehacer ordinario de quien busca la santidad, sabemos y estamos convencidos de que deben nacer del corazón, no hacerlas por costumbre sino con el vivo deseo de unirnos a la Pasión del Señor.
La Cuaresma viene a ser una invitación y una oportunidad para la conversión. Conversión que nos permite vivir la Pascua del Señor como nuestra propia pascua, pasando de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la lejanía del Señor a su presencia transformadora en nosotros.
Este plan de salvación tan sencillo, que echa mano de la oración, el ayuno, la penitencia y la caridad, realiza una obra grandiosa: nuestra identificación con Cristo.
Cuanto necesitamos de que Dios viva en nosotros, de que mueva nuestro mundo, de que dirija nuestro corazón a los bienes que duran, que dan Vida Eterna, que salvan.
Sedientos estamos de paz, sedientos estamos de perdón, sedientos estamos de vivir una vida armónica; todo esto y más lo realiza Cristo cuando encuentra en nosotros un corazón contrito y humillado, un corazón abierto a su gracia y convertido.
Pidamos y busquemos en esta Cuaresma la conversión del corazón, hagamos todo lo necesario para que sea un tiempo favorable, un tiempo no echado en saco roto, sino un tiempo de vida y salvación.
Que nuestros corazones y nuestras vidas se orienten cada vez más hacia el Señor y hacia el cumplimiento de su voluntad. Todo esto para prepararnos mejor a celebrar las fiestas de la Pascua, el misterio más grande y sagrado de nuestra fe.
Exhorto a todos para que aprovechemos estos días intensivos de oración, de purificación, de práctica de la caridad y de renovado compromiso cristiano. No nos conformemos con la mediocridad. Escuchemos la voz de Jesús que nos invita a ser verdaderos discípulos misioneros suyos.
Los bendigo y hago oración para que el Padre de nuestro Señor Jesucristo nos renueve a todos con la gracia de su Espíritu.
+ Constancio Miranda Weckmann, Arzobispo de Chihuahua