Hay ríos que, al cruzarse, no se anuncian con grandes batallones ni frases memorables. Son ríos turbios, de cauce oculto, cuyas aguas arrastran cuerpos y voces. En México, ese río se llama silencio. Y hace tiempo que lo cruzamos.
La analogía con el Rubicón no es gratuita. Hace más de dos mil años, Julio César, al cruzar ese pequeño río italiano con sus tropas, desató una guerra civil. Era un punto de no retorno, un acto que lo separaba para siempre de la legalidad republicana. Hoy, en México, hemos cruzado nuestro propio Rubicón en el tema de la violencia contra periodistas: hemos dejado atrás la posibilidad de que estos crímenes sean excepcionales, y entrado a una realidad en la que se han vuelto rutina.
Cuatro periodistas han sido asesinados en lo que va del 2025. Cuatro historias truncadas. Cuatro silencios más. Uno de ellos, Jesús Alberto Camacho Rodríguez, fue encontrado sin vida cinco años después de haber sido reportado como desaparecido. Su cuerpo yacía en una morgue de Culiacán, sin nombre, sin justicia.
Y mientras tanto, las reacciones oficiales oscilan entre el comunicado de condena y el vacío operativo. No hay justicia. No hay protección real. No hay voluntad política que se imponga al miedo. La impunidad ha cruzado el río con nosotros, y se ha instalado del lado donde ya no hay regreso.
Las autoridades prometen reforzar mecanismos, revisar protocolos, convocar a mesas. Pero mientras el crimen actúa con rapidez y precisión, el Estado responde con burocracia y letargo. La protección no llega a tiempo, y cuando llega, muchas veces es solo para escoltar el duelo.
Hemos cruzado el Rubicón del silencio. El momento en el que ser periodista se convirtió en una sentencia escrita con tinta y con pólvora. Y una vez ahí, ¿Quién se atreve a volver?
La presidenta, hasta ahora, ha preferido mirar hacia otro lado. Su administración, todavía joven, tiene ante sí la oportunidad —la última, quizás— de restaurar la confianza en que el Estado puede proteger a quienes protegen la verdad. Pero para ello se necesita más que una promesa: se requiere valentía institucional.
No hay democracia sin periodismo. No hay justicia sin verdad. Y no hay futuro si dejamos que el silencio nos arrastre más allá del Rubicón.
Es hora de volver a cruzarlo. Pero esta vez, para recuperar la voz
Rogelio Iván Pérez Pérez